Al iniciar cada día de trabajo, debo poner mi mejor esfuerzo para afrontar las situaciones que se presentan con los estudiantes, y que están en mis manos; hay como todos lo sabemos cosas muy sencillas, pero hay otras que escapan de mis posibilidades, aún así un consejo, o simplemente el escucharlos, les ayuda a organizar sus ideas y hace que ellos mismos encuentren soluciones viables, pienso que lo peor que los adultos podemos hacer con los jóvenes, es resolver sus problemas, más bien creo que debemos estimularlos para que ellos aprendan a tomar sus propias decisiones y soluciones, pues ello les hará madurar, y a la larga enfrentar problemas importantes que deban resolver en sus trabajos, o mejor aún en sus vidas; hay pequeñas cosas que alegran el día quizá el chiste que me van a contar, la expresión de sus caras, o las inimaginables ocurrencias que tienen los jóvenes.
Conforme pasa el tiempo me percato si tienen ánimos o no para continuar la sesión. Jamás les digo alumnos, porque el significado etimológico de esta palabra me disgusta (sin inteligencia); les digo “estudiantes”, “hijos de Dios”, “jóvenes” o los llamo por su nombre, trato de que mi relación con ellos sea cordial, y creo que estas palabras y actitudes me han permitido romper las barreras de comunicación docente - estudiante. Así, en un ambiente más grato, el tiempo pasa y generalmente casi siempre cumplo el objetivo de la clase.
Para mí, es importante que un estudiante se sienta a gusto con el profesor, pues ello facilita el acercamiento que permite que el joven se sienta en confianza para preguntar, y eso es valiosísimo para que uno sepa que está haciendo mal o bien, es una forma muy eficaz para mejorar continuamente nuestra labor educativa, creo que hasta ahora la confianza no se ha confundido con la falta de respeto o el abuso de confianza, aunque debo decirles que en más de una ocasión se han querido ir por ese lado y es a veces complicado marcar ciertos límites sin ser impositivo.